Lunes, 6 de diciembre
Cosas pequeñas
Tú, Belén Efrata, eres pequeña para estar entre las familias de Judá; pero de ti me saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes se remontan al principio mismo, a los días de la eternidad. (Miqueas 5:2)
¿Has notado que Dios tiende a elegir cosas pequeñas para cumplir su propósito? Elige a un hombre sin hijos para engendrar una nación, elige a un pastorcito para que se convierta en rey y elige una pequeña aldea cerca de Jerusalén para convertirse en el lugar de nacimiento de su Hijo Jesús.
Si hubieran tenido oportunidad, los habitantes de Jerusalén se habrían quejado a Dios por eso. Después de todo, ellos tenían la gran ciudad, el templo, los palacios; de ellos eran los sacerdotes, los reyes y los soldados. ¿Qué ofrecía la pequeña Belén?
No mucho. Lo único que Belén tenía para ofrecer era a sí misma: su gente humilde, su historia simple. Eso era justo lo que Dios quería: traer a su Hijo Jesús, nuestro Salvador, a un lugar simple y humilde. Nadie podría reclamar crédito por él. Nadie podría decir: “Por supuesto, nació rico; tuvo los mejores maestros; creció en un palacio”. Jesús no tuvo ninguno de esos privilegios. Lo que tuvo, venía solo de Dios.
¿Qué tuvo? Tuvo a las personas simples de Dios: tú, yo, los pas- tores, las familias locales. Tuvo gente común, pecadora y quebrantada, amada por Dios y llamada a ser suya. Tuvo que salvar a Belén y luego al resto del mundo, ¡incluso a Jerusalén!
Jerusalén fue el lugar donde Jesús fue traicionado, sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. Pero para la primera venida de Dios al mundo como ser humano, Dios eligió a la pequeña Belén, un lugar tan humilde como las personas a las que vino a salvar.
Señor, gracias por elegirme para ser tuyo, a pesar de mi pequeñez e insignificancia. Amén.
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(Devocional extraído de la serie: Hijo de la promesa – www.paraelcamino.com)