Jueves, 23 de diciembre
Un tablero de ajedrez
Por esos días, Augusto César promulgó un edicto en el que ordenaba levantar un censo de todo el mundo… por lo que todos debían ir a su propio pueblo para inscribirse. Como José era descendiente de David y vivía en Nazaret, que era una ciudad de Galilea, tuvo que ir a Belén, la ciudad de David, que estaba en Judea, para inscribirse junto con María, que estaba desposada con él y se hallaba encinta. (Lucas 2:1, 3-5)
Esto me recuerda a un tablero de ajedrez gigante: las personas se mueven a través del Imperio Romano por orden de un emperador al que nunca habían visto, pero con poder de cambiar sus vidas. ¿Quién de ellos se habría dado cuenta de que el emperador mismo era un peón, la herramienta de Dios para llevar a su Hijo para que naciera en Belén?
Augusto César no era la persona más importante de esa historia. Él vivió y murió sin darse cuenta de que había una nueva persona entre sus súbditos: Dios mismo, nacido en la familia humana. ¡Imagínate perderse eso!
También es fácil para nosotros pasar por alto lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Claro, Dios no siempre anuncia lo que hará. Pueden pasar años antes de que veamos la mano de Dios en las cosas que nos están sucediendo en este momento.
Entonces, ¿qué hacemos? Lo que hizo José: manejar las tareas cotidianas que Dios nos pone enfrente, incluso si es tan aburrido como un censo. Dios se encargará del panorama general. En cuanto a nosotros, nuestros ojos están puestos en Jesús, nuestro Salvador. Él es nuestro Pastor y nos llevará a donde Dios quiere que estemos. Después de todo, ¡él nos ama tanto como para vivir, morir, y resucitar por nosotros!
Señor, cuando no pueda ver lo que estás haciendo con mi vida, ayúdame a confiar en que tú me diriges. Amén.
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(Devocional extraído de la serie: Hijo de la promesa – www.paraelcamino.com)