Jueves, 2 de diciembre
Una casa propia
Yo te prometo que te haré descansar de tus enemigos, y te aseguro que tendrás muchos descendientes. Cuando te llegue el momento de ir a descansar con tus padres, yo elegiré a uno de tus propios hijos y afirmaré su reinado. Será él quien me edifique un templo, y afirmaré su trono para siempre. Yo seré un padre para él, y él me será un hijo… Tus descendientes vivirán seguros y afirmaré tu trono, el cual permanecerá para siempre. (2 Samuel 7:11b-14a, 16)
El rey David amaba al Señor. Por eso, el mayor deseo de su corazón era hacer algo para mostrar ese amor. Sabía que desde los días de Moisés, cientos de años atrás, la casa de Dios había sido una tienda ambulante ¡aunque él mismo vivía en un palacio! Esto no le pareció correcto, así que quiso construirle a Dios un templo magnífico.
¡Pero se llevó una sorpresa! Dios envió al profeta Natán para decirle: “Olvídate de construirme una casa. ¡Te voy a construir una casa que durará para siempre!”
Por supuesto que Dios no estaba hablando de un edificio. Estaba haciendo un juego de palabras. “Casa” también significa “familia” o “descendientes”. Dios le dio a David el gran deseo de su corazón: que uno de sus hijos se sentara en el trono de Israel para siempre. Dios nunca rechazaría a la familia de David como lo había hecho con el rey Saúl.
Dios estaba hablando de Jesús, el descendiente de David. Jesús no nacería en un palacio, sino en un establo. Él reinaría desde una cruz, no desde un trono de marfil. Y su corona estaría hecha de espinas.
Pero a través de la muerte y resurrección de Jesús, David y todos los creyentes tenemos un hogar para siempre con el Señor. Nunca seremos rechazados ni desechados. Jesús es nuestra casa, nuestro hogar donde él vive y reina por siempre.
Señor, tú eres mi Rey y mi gozo. Gracias por hacerme tuyo para siempre. Amén.
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(Devocional extraído de la serie: Hijo de la promesa – www.paraelcamino.com)