Devociones de Adviento

Viernes, 10 de diciembre

Una pausa tranquila

Cuando terminaron los días de su ministerio, Zacarías se fue a su casa. Días después, su esposa Elisabet quedó encinta y se recluyó en su casa durante cinco meses, pues decía: “El Señor ha actuado así conmigo para que ya no tenga nada de qué avergonzarme ante nadie”. (Lucas 1:23-25)

Zacarías debió haberle dicho a su esposa lo que sucedió cuando llegó a casa. ¿Pero cómo, si estaba mudo? No lo sabemos. Probablemente por escrito. Sin embargo, sucedió: Elisabet supo que estaba embarazada mucho antes de que los signos más obvios de embarazo se presentaran en ella, y se escondió. Se quedó en casa tanto como pudo y no socializó ni siguió su rutina normal. ¿Por qué?

Ciertamente tenía mucho en qué pensar. Su vida estaba dando un vuelco. Nunca más volvería a sentir lástima por no poder tener un hijo. La casa demasiado silenciosa sonaría con el llanto de un bebé y, más tarde, con el ruido de un niño entrando y saliendo a las corridas. Ella misma tendría un montón de trabajo. ¡Los bebés no son fáciles!

Pero eso probablemente no era lo principal en su mente. Dios había dicho que su hijo sería quien prepararía el camino para el Señor. Eso no podía significar nada más que la venida del Mesías, que Dios estaba a punto de redimir a su pueblo del poder del mal, como lo había prometido hacía muchos años. ¡Qué maravi- lloso! Y el bebé de Elisabet sería parte de eso.

No se puede esconder un embarazo avanzado ni ocultar la obra de Dios en un nacimiento. Pero está bien dar un paso atrás y dejar que Dios haga lo que quiera con uno en privado, fuera de la vista, hasta el día en que lo haga público.

Querido Señor, haz lo que quieras conmigo, ya sea en privado o en público. Amén.

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(Devocional extraído de la serie: Hijo de la promesa – www.paraelcamino.com)