Devociones de Adviento

Miércoles, 22 de diciembre

Una vida descarrilada para ser de bendición

Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer, pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito. Y le puso por nombre JESÚS. (Mateo 1:24-25)

Piensa en cómo cambió la vida de José cuando se despertó. El día anterior había estado planeando una boda, después de la cual viviría con una esposa y sus hijos, tal vez en una casa pequeña, una carpintería, nietos, una vida tranquila y ordinaria hasta el día de su muerte. No suena para nada mal. Una vida pacífica y bendecida.

Pero ahora José es un hombre con una misión: cuidar del Hijo encarnado de Dios. Protegerlo a él y a su madre. Protegerlos de los chismes y la vergüenza pública. Satisfacer sus necesidades, incluso cuando el trabajo de parto comience lejos de casa. Burlar a un rey malvado. Encontrar una manera de apoyarlos en el lejano Egipto, viviendo como refugiados. Y luego, lentamente, con cuidado, en silencio, reinsertar a la familia en Galilea una vez más sin hacer ruido, sin atraer enemigos, y continuar criando al Mesías en un remanso olvidado del Imperio Romano. No pides mucho, ¿verdad, Dios?

Si pudiéramos preguntarle, dudo que José se hubiera quejado. Por difícil que fuera su nueva vida, obtuvo algo de valor incomparable: Jesús, el Hijo de Dios y su Salvador. Y eso es lo que nosotros también obtenemos cuando Dios nos reordena la vida. Puede ser difícil; puede implicar sufrimiento y pérdidas o frustraciones que nunca imaginamos. Pero, con todo eso, tenemos a Jesús. Jesús nunca nos deja solos, no importa lo difícil que se pongan las cosas. Él camina con nosotros y nos levanta cuando caemos. Y lo hace con manos llenas de cicatrices de clavos, manos que siempre nos recuerdan que nos ama tanto como para morir y resucitar por nosotros. Eso es suficiente.

Señor, cuando reorganices mi vida, ayúdame a confiar en ti. Amén.

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(Devocional extraído de la serie: Hijo de la promesa – www.paraelcamino.com)