Devociones de Cuaresma

Miércoles, 23 de marzo

¡Resistiré!

Dichoso el que hace frente a la tentación; porque, pasada la prueba, se hace acreedor a la corona de vida, la cual Dios ha prometido dar a quienes lo aman. Cuando alguien sea tentado, no diga que ha sido tentado por Dios, porque Dios no tienta a nadie, ni tampoco el mal puede tentar a Dios. Al contrario, cada uno es tentado cuando se deja llevar y seducir por sus propios malos deseos. Santiago 1:12-14

¡Irresistible! Con ese rótulo se suelen vender deliciosos helados, hamburguesas, chocolates. ¡Irresistible! Así suele describir la tentación quien ha caído en ella. ¿Irresistible?

Enfrentar las tentaciones implica una lucha. Y luchar conlleva sufrimiento. En vez de luchar y resistir, es más fácil entregarse al deseo. Complacer a otros. Complacernos. Pero sin lucha no hay victoria. Decir que la tentación es irresistible es justificarnos, o también colocar la responsabilidad en otro. Fueron otros. Fue el diablo. O todavía peor: fue Dios.

Los cristianos estamos llamados a luchar contra las pruebas y tentaciones. No somos barcas sin timón llevadas a la deriva por cualquier corriente. No somos veletas a merced del viento. Grandes hombres cayeron. Cayó el gran rey David. Cayó Salomón. En algún momento fueron seducidos por sus propios malos deseos. Se dejaron llevar. La culpa no la tuvo Dios. El problema estuvo en ellos. Fallaron. 

Santiago nos advierte sobre las tentaciones que pueden asaltarnos. Como cualquier otro ataque, hay que estar preparados. Eso implica distinguir lo bueno de lo malo, afirmarnos en Dios y sus promesas, pedir su Espíritu Santo para poder decir «no». Resistir demanda tener bien presente, fresca, la palabra divina.  Requiere orar y depender de Dios: lo necesitamos como nuestro aliado. Solos, no hay buen pronóstico. La victoria trae madurez, carácter, fortaleza para nuevas batallas. El padecimiento de la lucha precede el sabor de la victoria. En Jesús y con Jesús, la prueba ya no es irresistible. ¡Resistiré!

Padre celestial: Perdón por mi debilidad en tantas luchas perdidas. Me refugio en tu amor y tu poder. Envía tu Espíritu para fortalecerme. Por Jesús. Amén

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(Devocional extraído de la serie: Por ti y por mi – www.paraelcamino.com)