Martes, 5 de abril
Unidos a su muerte, libres para
Porque si nos hemos unido a Cristo en su muerte, así también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que nuestro antiguo yo fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido liberado del pecado. Así que, si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él. Romanos 6:5-8
Morir en lugar de otro. Beneficiar con la muerte propia una vida ajena. Hay historias heroicas: el bombero que muere al rescatar a un niño, el rescatista arrastrado por la corriente luego de salvar a un turista imprudente. Muertes que duelen, pero dejan un gran beneficio y una inmensa deuda de gratitud: saber que uno está vivo por causa de esa persona que ni siquiera conocíamos. Tenía que morir uno, pero fue otro.
La muerte de Cristo puede ser entendida como un acto de heroísmo. Pero fue mucho más que eso. Fue parte de un plan eterno: antes de llegar al incendio, Él ya sabía que iba a morir en las llamas… para rescatar al que hizo oídos sordos a la orden de evacuación. Muerte que beneficia. ¿A quiénes? A quienes no merecen que alguien muera por ellos.
Los beneficiados somos tú y yo. La muerte de Cristo fue nuestra muerte. Ahora ya no debemos sufrir la muerte del que muere solo, alejado de Dios, amenazado por el infierno. Si Cristo murió, fuimos muertos con él. El bautismo nos une y nos permite, ahora ya, apropiarnos de sus beneficios. Unidos a su muerte, vivimos en arrepentimiento y piedad. La fuerza destructora del pecado no puede esclavizarnos ni destruirnos. Su cruz sigue destruyendo nuestro ego, que por naturaleza se inclina hacia lo malo. Somos libres para servir. Cristo vence en nosotros.
Amado Jesús: gracias por tu gran entrega. Quiero unirme a tu muerte, para disfrutar también de tu vida. Soy tuyo, Señor. Amén
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(Devocional extraído de la serie: Por ti y por mi – www.paraelcamino.com)